martes, febrero 28, 2012

La Carne Humana.

(Igualmente, esto es de diciembre)….

frase de Pierre Teilhard Chardin: “No somos seres humanos atravesando una experiencia espiritual; somos seres espirituales viviendo una experiencia humana“.

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No es un post sobre antropofagia, aunque con lo que comentaré se podría decir que sí, casi….

El 2011 ha sido un año lleno de decepciones. He tenido la desdicha enorme de conocer la parte ruin de mucha gente en los más variados ambientes: desde peleas entre ciudades hermanas, pasando por traiciones y deslealtades con gente a quienes admiraba y ya no, o mariqueras de gente inmadura, hasta “implosiones” de gente que se suponía indestructible. En algunos de estos casos he podido vivir la fragilidad humana en su máxima expresión.

Soy un hombre estricto en muchos aspectos de mi vida (casi todos). Soy alguien capaz de amar u odiar con intensidad. De mi parte no se ha conocido la traición, la desidia o la deslealtad. He sido lo contrario a toda prueba. He sido honesto, he dado con humildad la cara por mis errores y me he regocijado con mis logros, gústele a quien le guste o no. Le he dicho a la gente lo que pienso en su cara, de modo que además de asertivo, tampoco he sido hipócrita. He entendido el porqué de mis emociones y me he dado amplio espacio para vivirlas. He procurado en un arduo esfuerzo ser respetuoso conmigo mismo, así esto no sea del agrado de otros.

Todo esto, unido a esta frase inicialmente comentada -de la cual supe hace algunos años- me pone a pensar, a recordar que nuestro tránsito por la tierra es momentáneo. Si le queremos dar un enfoque trascendental a nuestra existencia necesitamos entender que nuestro paso por este mundo es o consiste en un proceso intenso de purificación, de aprendizaje, de evolución. El espíritu no siente, sólo es, de modo que la carne se convierte en un vehículo para comunicarnos y hacer historia entre nosotros mismos. No existe otra forma intangible capaz de producir tal efecto. Los muertos no pueden acariciarnos, ni nosotros abrazarlos a ellos. La memoria, si bien parte de un hecho material es acervo milenario de nuestra esencia, no se puede tocar, no tiene olores ni sabores, aún alguien que haya perdido la vista la puede traer al momento presente, no se oye, no se siente, es pasado.

La experiencia del cuerpo es única e irrepetible, al menos de manera consciente si se cree en la reencarnación, y es casi imposible hasta que llegue el juicio final revivirla si creemos en la resurrección. Aún vuelto a nacer o vuelto de la muerte la experiencia sería distinta, pues pasas a ser inmortal.

Pese a tanto milagro junto hay seres que usan su cuerpo para dañar a otros. Pareciera que no comprenden lo trascendental de la propia vida en el ámbito en el cual la conocemos y juegan con ella como si no hubiera mañana. El daño causado puede ser hacia otros o hacia sí mismos, y para esto no hay miramientos. Es como si la producción en masa de nuestro tiempo nos hubiera alienado el alma y ya no conociéramos sobre otra cosa que la rutina diaria, como si no hubiera futuro.

Hay otros que con un cuerpo perfecto se dedican sistemáticamente a joderles la vida a los demás porque no son capaces de abrazar sus propias miserias y tienen que esparcirlas por todas partes a cambio de un poco de aceptación y cariño. Es gente que es incapaz de autoafirmarse como seres completos, integrales, dignos, y por eso acechan entre las sombras, en lo clandestino, pues no tienen otra opción que huir de la claridad meridiana del día. ¡y con lo sabroso que es el sol!

Pero hay otros que lamentablemente no tienen ese cuerpo al 100% de sus capacidades, y aún así tienen una ¿¡vida!?, de modo que su experiencia del cuerpo es bastante similar a la etérea del espíritu, pues no hay mucho dominio de sus acciones. Esto es interesante: ¿cómo es la experiencia humana de esos espíritus que ahí habitan?, tal vez la experiencia humana es para quienes deben llevar a cuestas el cuidado de esos seres, forjar su temple, ampliar su paciencia, profundizar su amor. Tal vez esos seres casi inanimados o abstraídos de nuestro mundo son guardianes de nuestras intenciones, de nuestras acciones, o simples testigos de nuestros desencuentros con la realidad. Tal vez su avance es tal que no necesitan un cuerpo completo para vivir la experiencia humana.

Esa experiencia humana es muy difícil. Nacemos solos, llorando, comenzando a adaptarnos constantemente a la realidad tan cambiante, lo cual es una afirmación paradójica. Lo único constante es el cambio. Parece que para realmente fortalecer el espíritu, fomentar esa experiencia, es necesario el dolor. El dolor no es posible sin un cuerpo que lo sufra. Hasta el amor resulta ciego a veces al cuerpo, mucho más al espíritu, pero el dolor es directo, no se confunde, y en ocasiones puede ser letal.

Del dolor se derivan las otras “sensaciones” humanas: el odio, la desesperación, la angustia, la muerte, el desasosiego. El dolor produce lo mejor de nosotros mismos, es genuino, nos hace encarar nuestra realidad, nos deja desnudos. Definitivamente no hay nada más genuino que el dolor. El dolor pone a prueba nuestra templanza, nuestra resiliencia.

El dolor nos dignifica o nos reduce, pero algo que también tiene es la capacidad de sacar a flote lo más profundo de nosotros mismos. Nos hace elegir ser mejores o peores personas. Creo que en esa mínima acción radica la elevación o caída del espíritu. La elección.

El dolor a veces es combustible de nuestras acciones.

El dolor a veces es sinónimo de vida.

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