sábado, diciembre 25, 2010

Navidad!

Pensé durante el día que no escribiría nada en referencia a tan connotada fecha, pero llegó la inspiración... Aquí voy...

Recuerdo las palabras del evangelio, revivo la historia en mi mente y corazón, y me conmuevo con la grandeza de su pesebre; pero más aún, me conmuevo con su particular forma de manifestarse. ¡Es magnífico!

Desde el propio momento en que el ángel vino a María nos hizo partícipes de su historia: el ángel, su emisario, aquél portador de hermosas noticias para la humanidad, y de noticias aún más estremecedoras para una joven que en su tiempo y con su situación habría sido apedreada por un pueblo como muchos que conozco. Igualmente se sirve del honor y tenacidad de un hombre noble. José viene a convertirse en padre espiritual de todos nosotros que somos hermanos de y en Cristo, un joven tenaz, que desafía a su propio tiempo, asumiendo una paternidad que en términos reales, no es suya... Ni qué hablar de los padres de María, la deshonra mayor por esposar a una chica que, o bien fue tomada por la fuerza, o bien fue tomada. Punto. Casi que estamos ante uno de los fraudes más horrendos de la historia, al menos para José y la sociedad que le rodea, pero como aquí no nos ocupan trivialidades, prosigo.

Isabel, al igual que Juan años más tarde se convierte en quien prepara el camino de maría a esta nueva tanda de responsabilidades que vienen. Su embarazo a tan avanzada edad es la muestra fehaciente que confirma todo lo dicho por los profetas, hombres que entre su locura y su lucidez vieron el futuro y auguraron la buena nueva, la nueva alianza, e inclusive, nuestros días. María y José salen a Belén a cumplir con lo establecido por el César, comparten durante el camino con adivinos, pastores, profetas o portadores de las esperanzas locales de un pueblo casi sobreviviente. Un burro, un animal ordinario, de carga, es el vehículo predilecto de un Dios que decidió hacerse hombre. Lo fue en este momento y lo será nuevamente varios años después. Al llegar a Belén José trata de conseguir alojamiento, un lugar "digno" donde María poder tener a Jesús, pero ningún habitante hace espacio, y no es sino un establo, lugar donde se guarecen los animales donde Dios va a encarnarse y convertirse en la realidad más absoluta con que contamos los cristianos.

Luego, hay tres reyes que rinden honores a un niño, siguiendo una estrella en el firmamento, dándole sentido a todo vestigio que Dios ha dejado en la tierra para hacerse tangible en nuestra realidad tan lógica, tan llena de números y ciencia. Estos reyes dejan sus lugares de comodidad y se encaminan en una travesía que, para ese tiempo era muy difícil concretar. Al llegar, se encuentran con algo a lo que sus ojos aún no daban crédito, y para rendir culto ofrecen los regalos más finos de su época: oro, incienso y mirra. Nada más precioso.

Dios es un dios de todos los días. Él no está distante, no sólo es histórico, no sólo es divino; en su corazón no hay odio ni aires de grandeza. Tuvo una madre y un padre, tuvo una infancia, fue feliz, estuvo triste, fue valiente, se entregó hasta el final. Conoció la muerte… y la venció.

Él nos invita a ser partícipes de su historia. Él convoca a pobres y a ricos, blancos, negros, indios… Llama a hombres y mujeres comunes que no tienen mayor cosa para dar, salvo su miseria para encabezar las tareas más difíciles, para forjar su templanza, para reafirmar su fe. Él enseña desde lo pequeño, desde sí mismo. No tenía necesidad de demostrar nada, y sin embargo se hizo testigo y ejemplo de la propia vida humana. Él pide que lo busquemos sin cesar, que lo imitemos, que vivamos como él, con su estilo, con sus palabras, que demos nuestra vida, que lo vivamos en serio, que realmente seamos actores protagónicos…, y que lo seamos hasta que vuelva… menudo compromiso...

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